miércoles, 2 de mayo de 2012

Juan Jacinto Muñoz Rengel





Las mudanzas son terremotos cuyo epicentro es el escritorio. ¿Dónde podremos escribir en el lugar de destino? ¿Dispondremos de una habitación para hacerlo? ¿Contaremos siquiera con una mesa? ¿Podremos al menos colocar un sencillo tablero sobre dos improvisados caballetes? Cuando además la mudanza es un viaje y un cambio de ciudad, los contratiempos sísmicos y las réplicas se multiplican. Recuerdo que cuando a finales del año 2000 me fui a vivir a Londres no tuve donde escribir durante meses, y pasaba los días con el ordenador portátil en la planta superior de la cafetería Nero de Notting Hill Gate, hasta que con la ayuda de un par de amigos rescaté un escritorio olvidado en los pasillos de la residencia donde me hospedaba. Pero en las ciudades ajenas los movimientos tectónicos nunca cesan, y no tardaron en sucederse los Starbucks y los Coffee Republic, el café La Brioche, la biblioteca central de Kensington, la West Hampstead Library, la British Library y, por fin, una mesa confeccionada con diversos materiales en el número 88 de Mill Lane. Es curioso, las bibliotecas siempre esconden algún vicio oculto destinado a repelerte. Incluso la más confortable y plácida de las bibliotecas tendrá siempre reservada un arma ―la deficiente calefacción y el frío que te atenaza los pies y entumece los riñones; la generosa calefacción que te obliga a vestir de verano en pleno invierno y a dar cabezadas de sopor sobre los esquemas y cuadernos; los complejos controles del seguridad y el difícil acceso; los ruidosos usuarios que en época de exámenes monopolizan los puntos de lectura y no dejan de enviar mensajes por el teléfono móvil; o incluso algunos de esos bibliotecarios que piensan que la norma de no hablar en voz alta solo afecta a los demás―, un mecanismo de defensa, un revulsivo que terminará por expulsarte. Y a pesar de todo, cuando llegué a Madrid las bibliotecas volvieron a ser la única posibilidad razonable durante años. De las muchas que he llegado a conocer en esta ciudad, dos de ellas han sido las que más horas me han acogido y más proyectos han visto nacer: la solemne y bombardeada iglesia-biblioteca de las Escuelas Pías y la Biblioteca Nacional. Sin embargo, nunca son la opción definitiva. Siempre se impone buscar nuevas soluciones que te permitan una incursión más sosegada al mundo interior. La última novela, todavía inédita, la comencé felizmente en un apartamento con vistas al mar de Poblenou, en Barcelona, y la terminé sobre el tejado de una buhardilla de Lavapiés, emborronando folios a mano sobre las tejas, un mes tras otro, de pie sobre una silla, buscando la luz y asomando medio cuerpo a través de una estrecha claraboya inclinada.

Ahora, cuando por fin he conseguido reunir mis libros empaquetados en pilas de cajas en tres ciudades distintas, y construir lo más parecido al lugar de trabajo que durante tanto tiempo proyectaba en mi mente, raro es el día que no salgo al balcón y pergeño de una tacada un par de páginas manuscritas, aun sabiendo que luego me tendré que volver a sentar ante la pantalla y el teclado a reescribirlas.






© Texto y fotografía: Juan Jacinto Muñoz Rengel


Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) es autor de la novela El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012) y de los libros de relatos De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil, y 88 Mill Lane (Alhulia, 2006). Además, ha coordinado y prologado las antologías de narrativa breve La realidad quebradiza (Páginas de Espuma, 2012), Perturbaciones (Salto de Página, 2009) y Ficción Sur (Traspiés, 2008). Sus relatos han recibido más de cincuenta premios nacionales e internacionales, han sido traducidos al inglés, el italiano y el ruso, y aparecen recogidos en las dos antologías de referencia de su generación, Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI (Menoscuarto, 2010).

4 comentarios:

  1. Muy interesante, me encanta el final, con medio cuerpo sobresaliendo de la claraboya.

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  2. Hola! Acabo de descubrir por casualidad este sitio en Internet y me encantó. Muy interesante. Te enlazo en mi blog y lo comparto en mi página Pasen y Lean de Facebook:http://www.facebook.com/Pasenylean

    Saludos,

    Ana

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  3. Sí, es estupendo este escritorio colgante: se escribe donde se puede.

    ¡Gracias, Ana! Un abrazo

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  4. Vaya que me he identificado con cada línea, de esas veces en que siente que uno mismo lo ha escrito.

    Me ha gustado mucho esta entrada y el sitio en general.

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