lunes, 25 de junio de 2012

Juan Malpartida






¿Cuál es realmente mi espacio de escritura? Me gusta una mesa grande en un espacio donde haya libros y un reproductor de música. ¿Pero dónde he escrito yo? Recuerdo que Blaise Cendrars, en El hombre fulminado, recomendaba no escribir ante una ventana abierta a un hermoso paisaje, sino frente a la pared. No es mal consejo. Pero ¿escribir qué? En mi caso, he escrito poesía, novela, artículos y ensayos, incluso traduje algún que otro libro. Si uno traduce necesita diccionarios y tal vez versiones de la obra en otras lenguas y en la propia; si ensayos, libros y apuntes cerca, si novela, un espacio cómodo, porque se requiere tiempo y oxígeno, como un deportista. He escrito poesía en el salón de casa (en todas las que he vivido en los últimos treinta años, que son los de mi producción publicada), en las cocinas, en trenes y aviones. Pero el resto de los géneros los he escrito sentado a mi mesa de trabajo, una mesa como la que acabo de fotografiar con mi teléfono, tal como estaba. No he movido nada, salvo la silla.

En puridad, solo necesito el espacio mismo donde surgirá la escritura, como un pintor necesita la tela, la madera, el papel. Puede ser la hoja en la máquina de escribir (tres palabras para definir el instrumento), el ordenador (una) o el papel y el bolígrafo. Pero como resultado de su existencia y de la necesidad de tener cosas cerca que pocas veces tienen que ver con la tarea de escribir, en la mesa donde escribo se acumulan objetos. Nunca he necesitado fetiches, pero no he desdeñado la compañía de las cosas.

Describiré la última acumulación, siempre susceptible de variar, de desaparecer, de transformarse. Hay un ordenador, en un extremo, en el que ahora escribo este texto, y junto a él un teléfono y unos altavoces. Entre las figuras, se pueden observar algunas antiguas: sobre un pequeño pedestal, una piedra marroquí con cuatro trilobites. Estos simulacros pétreos de bichos que vivieron hace más de trescientos millones de años son, sin duda, lo visible más antiguo que hay en esta casa. Tres figuras de terracota, con huellas aún de color: son mujeres músicos, perteneciente a algún enterramiento de la dinastía Tang. Las respeto, pero no hay vitrinas para ellas. Acompañaron a alguien en su tumba y ahora me acompañan a mí en mi vida. Un tarro de metal con bolígrafos y lápices, y, en el fondo, residuos de objetos (capuchones, trozos de gomas de borrar, pinzas). Cerca del ordenador, un baulito chino y una pequeña mesa en miniatura, hermosamente labrada. Una pirámide de obsidiana (de México), y debajo de ella dos cuadernos de notas, uno que recoge las mil cosas, y el otro solo apuntes de genética y biología. Solo hay un libro, que dejé ahí hace unos días, después de consultar un capítulo sobre los escépticos: Historia de la filosofía occidental de Russell. Siempre lo admiro y siempre me deja insatisfecho. Me gusta anotar que hay un tintero y una pluma, aún no usada. Un cuenco con una piedra negra, llena de reflejos. Su redondez e integridad es una realidad física pero también una idea. Lleno de papelitos, que van de documentos, correspondencia bancaria a apuntes, un contenedor de fichas. Ya en un extremo, a punto de perder el equilibrio, copias de artículos que he escrito últimamente y que la pereza ha postergado su archivo.

Pero lo que escribo sólo sucede en un pequeño espacio, el de la aparición de la escritura. Y se apoya en algo que la evolución ha estado labrando sigilosa y constantemente: el control de los dedos, la capacidad de prensar con el pulgar y el índice, el dominio de los pequeños espacios, la escritura como forma visual del habla, y las tecnologías que han acompañado a estos y otros procesos naturales complejos: el signo sobre un hueso o en una piedra, la tablilla llena de escritura, el papel, la pluma, la tinta, la máquina de escribir, el ordenador… Mi mesa es un palimpsesto: un espacio de renovación.






© Texto y fotografía: Juan Malpartida


Juan Malpartida (Marbella, 1956) ha publicado libros de poesía: A un mar futuro (Visor, 2012; Premio Fray Luis de León), A favor del tiempo (Fondo de Cultura Económica, 2007), El pozo (Pre-Textos, 2002), Hora rasante (La Palma, 1997), Canto rodado (Pre-Textos, 1996), Bajo un mismo sol (El tucán de Virginia, México, 1991) y Espiral (Anthropos, 1990); novelas: Reloj de viento (Artemisa, 2008) y La tarde a la deriva (Galaxia Gutenberg, 2002); ensayos: Los rostros del tiempo (Artemisa, 2006) y La perfección indefensa: ensayos sobre literaturas hispánicas del siglo XX (Fondo de Cultura Económica, 1996); y el dietario Al vuelo de la página (Fórcola, 2011). Publica habitualmente crítica literaria en el suplemento cultural del diario Abc y en la revista Letras Libres. Es director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.


1 comentario:

  1. Me parece preciosa esta idea de los escritorios, no la había descubierto hasta ahora; me la iré leyendo con tranquilidad.

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