lunes, 2 de julio de 2012

Gemma Pellicer

 
 
 




Las cosas hablan


Si las cosas hablaran –
pero si hablaran, también podrían mentir.
Sobre todo las más corrientes y poco apreciadas,
para llamar finalmente la atención.

Wislawa Szymborska




Hace tres años me formulaba la siguiente pregunta: «¿Definen a una persona los objetos desperdigados sobre su mesa de trabajo un día cualquiera? Ahora mismo, tengo en la mía –lámpara, portátil y ratón con su alfombrilla aparte–, un tubo de crema de manos, Handcreme mit Olivenöl, eine Intensive Pflege für trockene Hände; un subrayador verde Pelikan, Textmaker 490; un bolígrafo de tinta negra aunque de plástico plateado; un rotulador de esos de pizarra, edding 3000, permanent marker, rojo; una goma de borrar de marca ilegible y borrada a sí misma; un folleto sobre la Agencia Tributaria, para EMPRESARIOS Y PROFESIONALES, PERSONAS FÍSICAS todas ellas, menos mal; un estuche rojo a cuadros escoceses; una piedra; un pájaro de colores de plástico que canta como un jilguero si le das un empujoncito con el dedo índice; un vaso de agua con su correspondiente posavasos; una miniagenda del año 2007, con teléfonos del 2009, y unos pañuelos de papel Menthol. Eso es todo».

Tres años más tarde, la foto así lo atestigua, descubro que mi mesa alberga esta vez dos tubos de crema para manos de la misma marca, ahora los gasto de dos en dos; unos cuantos cedés de música que escucho en el ordenador, maravilloso el Stabat Mater de Pergolesi en las voces de Anna Prohaska y Bernarda Fink; el coloreado y súbitamente enmudecido pájaro de plástico, perdió el jilguero su canto pero no su candor; unos fósiles marinos también disecados; la misma agenda azul detenida en el tiempo y, ya fuera de foco, la programación de la temporada 2012-2013 en la Staatsoper de Berlín, y los Generosos inconvenientes de Luisa Valenzuela, con prólogo de Francisca Noguerol para Menoscuarto, que estos días tengo entre manos.

En el 2009, en otra bitácora que una vez mantuve y que ahora yace en el olvido sideral de la red, decía lo siguiente: «No puedo dejar de preguntarme por qué caprichoso motivo esa lista absurda y circunstancial de objetos que hoy parecen dormir el sueño de los justos sobre mi mesa iba a tener que definirme mucho más que no aquellos otros que una vez fueron, en mi infancia por ejemplo, o aquellos que jamás existirán, y cuya ausencia sin embargo no puedo dejar de añorar. ¿Alguna idea?». Lo preguntaba porque, de pronto, al observar la mesa, había caído en la cuenta de que al menos para mí todos los escritorios eran –de hecho– intercambiables..., por mucho que hubiera dos o tres objetos aislados en ella (y, por tanto, poco representativos por sí mismos) que nos distinguieran a nosotros sólo.

Mi escritorio hoy es tan provisional –o eso me parece– como el que tenía apenas tres años atrás. En fin, no sería descabellado pensar que en el 2015, mi mesa, y con ella mi vida, siga conservando los mismos papeles revueltos, emborronados a base de ensueños futuros y alguna que otra melodía perdida.









© Texto y fotografía: Gemma Pellicer


Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) es licenciada en Filología Hispánica y en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y trabaja como editora y correctora para editoriales e instituciones. Ha cultivado la crítica literaria en diarios y revistas como Quimera, y en colaboración con Fernando Valls, ha publicado la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010). Mantiene el blog Sueños en la memoria y sus microrrelatos han sido recogidos en diversas antologías. La danza de las horas (Eclipsados, 2012) es su primer libro.


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